lunes, 23 de noviembre de 2015

LECTURA DEL PEQUEÑO ESCRIBIENTE FLORENTINO


LECTURA DEL PEQUEÑO ESCRIBIENTE FLORENTINO




Julio era un muchacho de doce años, hijo de un anciano y modesto trabajador. El padre, para atender las necesidades de su casa, trabaja horas extras por las noches escribiendo sobres para enviarlos a los lectores de una revista. Por cada quinientas direcciones manuscritas con buena letra, recibía tres pesos, pero iba perdiendo la vista a pasos agigantados.

- ¿Por qué no dejas que te ayude? – le decía su hijo.
- ¡De ninguna manera! – respondía el padre. Tú debes estudia; porque la escuela es mucho más importante que estos sobres y los pocos centavos que valen.
Pero una noche, cuando el viejo se retiró a descansar, el chico abandonó en silencio su cuarto y se puso a escribir direcciones, procurando imitar la letra de su padre. ¡Ciento sesenta etiquetas! ¡Casi un peso!

En la mesa, al día siguiente, la mamá estaba contenta.
- Ayer has trabajado más que nunca – decía a su esposo. Ha salido una cuarta parte más de sobres que otras veces.

Julio celebraba íntimamente el suceso, porque además de reportar una ganancia, proporcionaba a su padre la ilusión de sentirse rejuvenecido.
Pero el pequeño secreto no podía seguir por mucho tiempo: se gastaba más aceite en la lámpara, el chico se dormía sobre los libros de estudio..... Incluso el pobre muchachito tuvo que aceptar en silencio los regaños de su padre. Éste le recordó sus obligaciones estudiantiles pues el maestro le había dicho:

- Si su hijo cumple porque tiene inteligencia; pero no es tan aplicado como antes. Bosteza en clase, parece que se aburre.

Ante esta situación, el padre tuvo que adoptar una actitud más firme:
- ¡Julio, ves cómo me sacrifico por el bienestar de todos, y tú te estás convirtiendo en un flojo!

El niño aguantó la reprimenda reteniendo las lágrimas, pero firme en su idea de seguir el camino emprendido, aun a costa de mayores esfuerzos.
Cierto día, durante la comida, la mamá advirtió que Julio iba perdiendo vitalidad; estaba descolorido, con sus ojos tristes y fatigados.
- ¿Qué te pasa, hijo mío? ¿Te sientes enfermo?
- ¡Eso es flojera! – dijo el padre - . Por mí, que haga lo que le dé la gana; me tiene sin cuidado.

Estas palabras hicieron el efecto de un puñal en el corazón del niño.
"¡No, padre mío" pensó." ¡No quiero perder tu afecto! ¡Lo diré todo, suceda lo que suceda!"

Pero esa noche volvió a escribir sus sobres para la revista. ¡Era tan fuerte lo que él sentía como su responsabilidad! Repentinamente, un libro resbaló de la mesa al suelo.
- ¿Me habrán oído? – se preguntó, alarmado.

Pero no oyó las pisadas que él aguardaba a lo largo del pasillo, y volvió a la tarea. Los sobres se amontonaban unos sobre otros: cien..... doscientos trescientos....
Pero ahora, el anciano, que había llegado quedamente, lo contemplaba, absorto, a sus espaldas. Una ternura inmensa, un arrepentimiento sincero lo tenían allí, fijo con los ojos muy abiertos y sin fuerzas para pronunciar una palabra. Sus manos temblorosas tomaron la cabeza de su hijo, la volvieron hacia sí, y aquel padre ahogó junto a Julio los pesares del alma, desvanecidos en un beso largo, interminable, que le devolvió la confianza en su hijo amado, como una bendición del cielo......

No hay comentarios:

Publicar un comentario