Prefacio.
En la presente ocasión, abordaremos unos de los temas más fascinantes de la
historia humana.
Consistente en aquel don de la
oratoria, que ha
estado sujeto a transformaciones, desde la Antigüedad, hasta nuestros días.
La Oratoria ocupa un lugar especial, en la vida misma.
El
poder de la convicción, de representantes de cada país, es menester en un mundo de transformación.
Estas transformaciones si fuesen en su totalidad, colmadas de
ética y
moralidad, cuán grande y evolucionado sería la existencia de cada ser.
La Oratoria, es pues, unos de los elementos fundamentales en la unificación de criterios, y la comprensión y el estímulo de masas.
Su intrínseca facultad de la oratoria, está inmerso en cada ser humano, aflorarlo y desarrollarlo es una de las metas de las personas que buscan un bienestar.
Al decir bienestar, no deseamos que se entienda como un bienestar propio y egoísta, más por el contrario ha de entenderse, como la búsqueda de un real bienestar colectivo y mancomunado, velando los intereses de
los valores trascendentes de una
sociedad y no simplemente aquellos que constituyen
valores suntuosos y superfluos, de
bienes materiales.
La oratoria, muy bien encaminada, por parte del poseedor, se beneficiará de grandes satisfacciones para su realización. La vida tendrá un nuevo sentido si lo conjuga con lo excelso de la existencia.
Es así, que en la edad contemporánea, se ha dado mayor soltura al
aprendizaje de la oratoria, ya se nos es común apreciar, hoy en días, las infinitas invitaciones a cursos de
enseñanza mediante folletos, impulsados por
grupos culturales.
Este factor de soltura, y de nuevas opciones, otorgan mayor
desarrollo al mismo.
Han quedado olvidadas y en buenas horas, aquellas costumbres de las épocas pasadas, que era requisito fundamental dominar los gestos pintorescos, la
modulación esterilizada, las posiciones acomodadas, las miradas precisas, etc.
Los cuales, el
daño que realizaban eran muchas veces tremendas para el orador, quien se preocupaba más en los factores externos de visualización, olvidando los internos que nacen del
corazón del verdadero orador. Estos factores internos deben ser primero cultivados, los restantes vendrán de añadidura. Si un orador, debe demostrar sinceridad, antes bien debe ser sincero consigo mismo y con los demás.
Estas cualidades sólo son obtenidas, en el
tiempo; ganadas por las experiencias objetivas de la vida.
Todos estos aspectos, son tomados en cuenta en la actualidad. Hoy, no se busca ser engañado sino comprendido, escuchado, valorado, orientado y legitimado.
Hablaremos de la trilogía de la oratoria y sus cualidades de cada una de ellas.
Cuando ingresemos en la segunda parte, de este estudio, correspondientes a los grandes oradores contemporáneos; hemos querido nombrar aquellos más célebres, porque ciertamente sería imposible hablar de todos, más aún sabiendo que cada
población por muy pequeña que fuese, siempre posee uno o varios oradores, por supuesto siendo diferentes unos de otros en
calidad pero similares en el rol que tratan de desempeñar.
Entonces, recordaremos a individuos que marcaron época, y nos interrogaremos ¿Cual fue la clave de su
éxito?, y la respuesta vendrá anexa en sus orígenes de cada uno de ellos, teniendo todos por punto de armonía una cualidad común: "LA CREENCIA A SU PROPIA CAUSA".
Hablaremos desde los comienzo de la Edad Contemporánea, fines del siglo XVIII, retomando los hilos de la historia en Robespierre, posteriormente realizaremos un viaje imaginario a la
India, donde encontramos la figura de la no-
violencia, aquel "Mahatma o
alma grande", que lleva por nombre característico Gandhi.
Después iremos a
América, encasillándonos en los Estados Unidos, para recoger de allí a un gran orador y presidente, que supo cumplir con su
misión de dar
libertad a los negros, y romper las cadenas de la
esclavitud y del abuso, para entonces.
Luego de ello, ingresaremos a nuestro país, y trataremos de encajar los tiempos a la historia universal, para extraer de lo recóndito de la historia nacional, a un gran presidente orador que tuvo nuestra República, que es reconocido por los especialistas como "el gran mago de la oratoria", hablamos de don Mariano Baptista Caserta.
Todo esto ocurrirá en la primera parte, ya en la segunda parte, nos abocaremos al estudio de las clases de oratoria, en tres formas: oratoria
política,
didáctica y forense, dejando esta última para posterior estudio, por parte de otro componente del tema a tratarse. Ya que como sabemos, el siguiente punto corresponde a la oratoria forense y su importancia en el
foro.
Con todo ello, hemos deseado haber cumplido con las expectativas de estudio, pudiendo tomar énfasis en los aspectos más sobresalientes de la oratoria.
Recordando siempre que la oratoria, es una virtud trascendente cuando se lo encamina en conseguir logros de notable relevancia en la sociedad, tanto fuese este para la enseñanza educacional, como para resolver
conflictos espinudos de la vida civil, y en tanto fuese ella para la vida política donde se dirige a una
Nación hacia un fin.
2. Evolución histórica de la oratoria.
La oratoria en la edad contemporánea: grandes oradores contemporáneos.
Si la
edad moderna comprende desde la toma de Constantinopla hasta la
Revolución Francesa (Fines del siglo XVIII), entonces diremos que la edad contemporánea corresponde a lo subsiguiente de la anterior hasta nuestros días.
Dijimos en anteriores oportunidades que la oratoria es el
arte de hablar con elocuencia; de deleitar y persuadir por medio de la palabra.
Para aclarar lo dicho en pocas palabras, diremos que por elocuencia debemos entender aquella facultad de hablar bien y de modo convincente, gracias a la
fuerza expresiva poseída por el orador, en todos sus aspectos tanto internos como externos; ahora bien debemos saber que, deleitar es causar placer o agrado en el ánimo o
los sentidos de los oyentes y que persuadir significa convencer con razones a otra
persona, es decir es el hecho de inducir a uno a creer o hacer algo.
En cuanto a estos aspectos diremos que la oratoria, como arte y la elocuencia como fuerza expresiva, van juntas, ya que no se posee el arte si no se tiene la fuerza vital de esta. Referente al deleite y a la persuasión ambos son consecuencias de las primeras, y es en estas donde estriba el éxito de los oradores. La causa es la facultad del orador y el efecto es la
atención, entendimiento, comprensión, convencimiento y los ánimos conseguidos en los oyentes por parte del orador.
La oratoria se encuentra reflejada en el
discurso, y el discurso en su conjunto ofrece una trilogía, la cual en el presente periodo, han sido tomados con más énfasis, ya que con ellos se pueden alcanzar los
objetivos trazados y los efectos deseados.
El discurso es el razonamiento extenso dirigido por una persona a otra u otras, es la
exposición oral de alguna extensión hecha generalmente con el fin de persuadir, y que ella como dijimos se encuentra conformada por tres aspectos que son: Tema o contenido del discurso, Orador y Auditorio.
En primer lugar, tenemos el contenido del discurso, el cual debe ser tejido en el telar de las experiencias, debe estar copado de detalles, ilustraciones, personificaciones, dramatismo y ejemplos en algunos casos; y todos estos expresados con términos familiares y concisos los cuales den la comprensión y el entendimiento adecuado; en donde lo que se quiere decir sea entendidos por todos.
Luego está el orador, el cual debe reunir los atributos adecuados (mentales, físicos y vocales), que contribuyen a vigorizar el discurso. Para tal cometido debe elegir temas por los cuales se siente convencido. Su atributo mental se refleja en copar toda la extensión de su disertación y saber limitarlo en los aspectos más importantes y sobresalientes.
En cuanto al factor físico, corresponde el hecho de dar mayor relevancia en la acentuación mediante los gestos correctos, todos ellos diremos nacidos del corazón, los cuales deben ser realmente sinceros y no fingidos como algunos lo tienen por costumbre, para alcanzar sus apetitos propios, egoístas y vanidosos.
La vocalización es otro atributo, debiendo ser este claro,
seguro, vivaz, determinante y conciso.
Aquí se puede agregar un atributo más, el cual sería que todo orador debe estar preparado tanto psíquica,
moral y espiritualmente. No debe poseer en su interior el deseo del engaño, ni beneficio enteramente propio, sino que debe ser un
interés colectivo, debe sentir el agrado de dar a sus oyentes, en forma espontánea y verdadera las
investigaciones realizadas.
Por último nos encontraremos con el auditorio, el
objetivo al que se dirige el discurso y el árbitro decisivo del éxito o el fracaso del orador.
El fin del orador es que sea entendido en sus anchas todo lo que desea otorgar al auditorio, para tal cometido los términos usados deben ser de interés de todos los reunidos en dicha oportunidad, debe imperar un
ambiente participativo y leal.
Al margen de esto, es necesario que el orador conozca a quienes tiene en frente, por tal motivo, a razón de ejemplo, debe interrogarse ¿cómo es mi auditorio?, ¿el tema que deseo serles partícipes, llegará a ellos y cómo lograr esto?, dichas interrogantes deben ser respondidas por él mismo realizando una
investigación cuidadosa al respecto, pero no debiendo caer en una preocupación desmedida al respecto.
3. Grandes oradores contemporáneos.
La oratoria es un don especial para el que lo posee, y un preciado tesoro para quien lo obtuvo, con su gran
trabajo.
En esto sabemos que en cada país del mundo, encontraremos muchos virtuosos oradores, los cuales nombrarlos y contarlos uno por uno, sería realmente imposible, ya que muchos seres llevan en su interior este especial dote, algunos de ellos innatos en su ser, más en otros obtenidos por propio esfuerzo, pero impulsados por la voluntad y tenacidad.
Para hablar de los grandes oradores, nos limitaremos tan solo a los más conocidos por la
historia universal, a razón de su variedad de los mismos.
Con el objetivo de copar todas las expectativas, nombraremos a oradores políticos, los cuales marcaron épocas tanto en la historia del mundo, como en su país perteneciente. Para lo cual, serán expuestos un personaje de tres continentes; nos centraremos en América, en sus tres aspectos: Sud América, Centro América y North America.
Demos Inicio con:
A.- El Continente Europeo.
Empezamos en
Europa, nos encontramos en la época de la Revolución Francesa.
Allí está Maximilien de Robespierre, más conocido como "el Incorruptible", abogado de profesión, nacido en Arras, 1758. Sufriría la guillotina, conforme a sus daños causados, dando fin a su existencia el 28 de julio de 1794.
Robespierre emergió de la oscuridad parlamentaria, estableció su preponderancia y habría de gobernar a
Francia por medio de la oratoria. Hablando de sí mismo, decía que él había sido hecho para la revolución, y luchó por la revolución casi exclusivamente con palabras. "
El amor a la
justicia, a la humanidad, a la libertad", dice, definiendo su natural inclinación revolucionaria, "es una pasión como cualquier otra. Cuando nos domina, la sacrificamos todo". Sus habilidades oratorias ya eran evidentes antes de la Revolución, lo mismo que su uso de la oratoria como un instrumento de agitación popular. Durante los meses de excitación prerrevolucionaria y actividades en Arrás había habido quejas de que Robespierre insultaba directamente a la oligarquía local, dirigiéndose a quienes estaban fuera de su esfera. Y sus
métodos de elección habían de suscitar el mismo cargo. Ya diputado, iba a ser acusado de Demagogia.
La revolución fue una gran época oratoria y Robespierre compartía con sus contemporáneos una excepcional fe en las palabras.
Gozaba leyendo en voz alta a los clásicos franceses, una afición que revela el
amor a la
música de las palabras y una mentalidad de
carácter oratorio. De cuando en cuando se quejaba de que la oratoria formal a la cual eran aficionados los diputados, y que imitaba conscientemente a los
modelos romanos, especialmente Cicerón, eran menos valiosas que las efusiones espontáneas que nacían de un corazón simple y sincero, pero él, por su parte, era autor de esos
discursos elaborados. Casi siempre leía un
texto que ya estaba preparado. Los pocos manuscritos de propia mano que nos han llegado muestran docenas de correcciones que prueban esta
actitud. Sus ideas eran compuestas, peinadas y empolvadas tan meticulosamente como su persona, antes de ser presentada al mundo. En ambos casos se dejaba ver el gusto del antiguo régimen, que persistía.
La oratoria revolucionaria en Francia era el
producto de modelos clásicos, que en un tiempo habían sido modificados para adecuarlos a las necesidades del púlpito, el tribunal o el salón de conferencias, y que ahora fueron modificados por la revolución. Demóstenes y Cicerón, los máximos oradores de la antigüedad, eran estudiados minuciosamente, así como a los críticos y gramáticos que habían analizado y racionalizado lo que era más esencial en la oratoria. Aparte de estas preocupaciones puramente
técnicas, tanto Demóstenes como Cicerón habían sido opositores a los tiranos, el primero a Felipe de Macedonia y el segundo a Julio César. Y sus sentimientos y su pasión republicanos eran más apreciados por lo oradores revolucionarios. Ahora, por primera vez en la historia francesa, los temas de la
ciudadanía, el patriotismo y el deber de resistir al rey eran predicados abiertamente. Cuando los revolucionarios volvían a las
fuentes de la oratoria antigua, para encontrar en ella inspiración e instrucción, lo hacían en un nuevo espíritu: la sustancia era por lo menos tan importante como el estilo.
Los revolucionarios eran aficionados a la oratoria como se puede ser aficionado a la ópera o el
teatro.
La carrera de Robespierre era igualmente deudora de la oratoria y, aunque él distaba de ser uno de los grandes oradores de su tiempo - sus contemporáneos Danton y Vergniaud, con temperamentos y carreras muy distintas, compartía ese honor- era muy admirado por sus colegas y podía sostenerse que era el orador más eficaz.
La forma y el fondo son inseparables. Aquí subrayo la forma, ya que el fondo de Robespierrees la base de todo lo que sigue. Cuando el joven Robespierre dio los primeros pasos en la carrera legal, los críticos de la oratoria tribunalicia distinguían dos clases de discursos: los de los abogados, que sacrificaban el estilo al deseo de ganar una causa, y los de los literatos, que utilizaban el estilo para revelar
principios básicos racionales.
Robespierre estaba dentro de estos últimos. Robespierre estaba entre estos último. Sus casos legales, por la forma en que los defendió, eran ejemplos específicos de posiciones generales.
El caso Pagès, que versaba sobre un
dinero prestado, se convirtió en una consideración sobre la usura; el caso de Mary Somerville, en
torno a la
herencia disputada, se transformó en una exposición de los
derechos de la
mujer; el caso Déteuf, que tenía que ver con una falsa acusación de robo, hecha por un monje que quería vengarse de una mujer que había resistido sus intento de seducción, se convirtió en un
análisis del lugar que debe ocupar el clero en la sociedad.
Ya hemos visto que el caso pararrayos y el caso Dupond llegaron a ser respectivamente una confrontación entre
ciencia y superstición y una diatriba en contra de la justicia arbitraria y el encarcelamiento. Esta costumbre de generalizar liberó a la oratoria de Robespierre, incluso antes de la revolución, de buena parte de la jerga legal y la estrechez profesional que perjudicaba a muchos de sus contemporáneos, que también habían llegado a la revolución desde una carrera en la
jurisprudencia. Robespierre rara vez opinaba sobre la oratoria y, cuando lo hacía, no tomaba en cuenta los aspectos técnicos del arte. El consideraba la inspiración, para sí mismo y para cualquiera que hablara con propósito y sentido, como fundamental.
Como orador, Robespierre inició la revolución con ciertas desventajas técnicas, hablaba con un fuerte acento regional artesiano; su voz, demasiado aguda para ser naturalmente agradable, era débil de
volumen y carecía de variedad en los tonos.
Su presencia
física no era imponente: era un
hombre bajo y delgado, con una cabeza voluminosa. Su mala vista le exigía usar gafas, que a veces se levantaba sobre la frente, cuando estaba hablando, para frotarse los ojos. Los gestos que hacía en la tribuna eran breves, un poco bruscos y crispados. En otras palabras no tenía la presencia de un orador importante y dominador, y estas insuficiencias estaban agravadas por la costumbre de leer sus discursos, hundiendo las narices en el texto escrito.
Robespierre era perfectamente consciente de sus falencias, y procuraba vencerlas o lograr que sus oyentes no las notaran. De todos modos, su importancia no radicaba en la perfección técnica de su oratoria, sino en lo que tenía que decir. Lo que no podía aprenderse era lo que más importaba, "una elocuencia que brota del corazón y sin la cual nada es conveniente". Y esta elocuencia él la poseía y se explayaba en la revolución. Incluso era capaz de improvisar brillantemente, aunque lo hacía pocas veces, prefiriendo no entregarse a las pasiones del momento, atento a obtener esa precisión que sólo la da la pluma. En sus manuscritos encontramos dos clases de correcciones. A veces con la pasión de la destrucción, tachaba pasajes enteros "con
una red de barras irregulares".
En otras ocasiones sustituía una que otra palabra, buscando cuidadosamente el vocablo justo.
Asimismo, los manuscritos de Robespierre revelan mucha atención a los efectos. Insertaba con todo cuidado pausas destinadas a impresionar a los oyentes con el horror o hacer que estallan en aplausos entusiastas. Y como siempre hablaba para los que estaban más allá de las paredes de la Asamblea y que tendrían que leer o escuchar sus discursos de segunda mano, se tomaba
el trabajo de lograr que sus palabras fueran repetidas exactamente.
Elaboró un estilo que consistía en hacer pausas frecuentes, como si estuviera dictando su discurso. "Como el elocuente Robespieerre siempre se interrumpe, para mojarse los labios", escribe un periodista, "uno tiene tiempo para escribir".
Estos discursos cuidadosamente preparados, pronunciados con nitidez, con adecuadas citas de Bacon, Leibniz, Condillac y Rosseau, entre los escritores modernos, con las alusiones clásicas favorecidas en esos tiempos, con pausas para lograr efectos dramáticos y énfasis para obtener aplausos, era el medio por el cual Robespierre se revelaba, dictaba una autobiografía revolucionaria al mismo tiempo que revelaba a la Revolución.
Había adquirido ahora el hábito de pensar en voz alta ante sus oyentes, a menos esta era la impresión que daba. Y lo lograba haciendo preguntas retóricas que muchas veces dejaba sin respuesta, con el propósito de sembrar una idea y también obtener un efecto retórico. Esta afectación molestaba e intrigaba a la vez. ¿Que debemos hacer ahora?, ¿Cuál es la mejor manera de asegurar la supervivencia de la Revolución?, ¿Fortalecerá mi
muerte los fundamentos de la virtud?. Estas y otras preguntas semejantes era su manera de entablar con sus oyentes un
diálogo moral y público, compartiendo con ellos sus dudas y temores.
Robespierre, poseía temores particulares, los cuales no lo incorporaba a su oratoria, y esto por razones obvias; ya que unos de sus temores era previo ingreso a la tribuna, esto por su timidez, y así lo hace saber él mismo a su amigo Etienne Dumont, pero "cuando empezaba a hablar" se veía libre de la angustia y "ya no era consciente de sí mismo".
La mente de Robespierre tendía a un modo dialéctico de
pensamiento y expresión. El no buscaba el reposo y la serenidad, aunque la forma de sus discursos expresa orden y
equilibrio en un grado extremo. Buscaba el vigor, el trueno de los anatemas, como cuando denunció al general Dumouriez o condenó al despotismo como un mar sin orillas, que inunda al mundo y lo convierte en "el
patrimonio del crimen".
Este estilo tiene sus peligros. Robespierre, como
Rousseau antes de él, solía ser arrastrado por sus excesos retóricos, se entregaba al tema rapsódico que él mismo componía, quedaba hechizado por los sonidos de las palabras, que rodaban como olas sobre el tema, enterrando el sentido bajo el
sonido. Robespierre, cuando pierde el
control de su verborrea, cuando se aleja de lo
concreto y los detalles, flota patéticamente, acumulando
imágenes y abstracciones.
La voz única de Robespierre, tanto tiempo aislada y temida en la Constituyente, se convirtió en la voz de los Jacobinos y después en la de Francia revolucionaria".
B.- Continente Asiático.
Hablaremos en esta ocasión, de un célebre ser, el cual es recordado muy afectivamente en la India, con el seudónimo "el Mahatma", es decir, el "Alma Grande".
Debido a su escasa
documentación, en cuanto a su oratoria, es preciso dar una breve reseña bibliográfica de su persona, para llegar a comprender los alcances de su oratoria y los frutos conseguidos.
Mohandas Karamchand Gandhi, nació el 2 de octubre de 1869 en Pobandar,
capital del principado independiente del mismo nombre y pequeño puerto de la casi isla de Kathiyavar, en la costa noreste de la India. Era el cuarto hijo de Karamchand y Putlibai Gandhi, de la casta de los vaishya y sub casta de los Modh Baniya.
Según la tradición de los vaishya o vaiçya debían dedicarse a la
agricultura, la artesanía o al
comercio y durante mucho tiempo los Gandhi, como lo atestigua su patronímico, que significa "comerciante de especias", habían mantenido la tradición. Después, por favor del príncipe o méritos personales, el abuelo y el padre de Mohandas fueron Diwan (Primer ministro) de Porbandar.
Aunque el título era pomposo, el cargo era relativamente modesto en tan pequeño Estado, pero proporcionaba al menos, teniendo en cuenta los hábitos locales, vida desahogada y consideración.
Gandhi, tuvo una
infancia tranquila; la gran piedad de Putlibai influía vivamente en el entorno. Esta mujer sencilla e inteligente, a la que se le pedía consejo incluso para los asuntos del Estado, era ante todo una ferviente vishnuita. Muy devota a sus principios, llevaba con ella a los
niños, al templo, con el nombre de Rama en los labios, cumplía con los ritos y los severos ayunos a los que ni siquiera por enfermedad faltaba.
Por su parte su padre, Karamchand, era a pesar de sus errores, un hombre leal, generoso y de trato fácil a pesar de su temperamento irascible. Poco instruido como la mayor parte de los indios de aquella generación, poseía una merecida reputación por su estricta imparcialidad y su experiencia, que le permitía resolver con facilidad los
problemas más complejos. Al igual que su esposa era también vishnuita y un vegetariano consumado.
Es así, que en Mohandas, "empezaba a arraigar, la convicción de que
la moral es el fundamento de todo y de que la verdad es la sustancia de toda moral".
Contrajo
matrimonio, conforme a la costumbre, a la edad de 14 años, lo cual fue para él una pesadilla, a tal motivo, años después, combatiría en contra de dicha costumbre.
En la
escuela su situación era también tensa. La enseñanza, en ingles desde la promulgación de la
ley Macaulay (1835), sembraba el desarrollo en el espíritu de los jóvenes. Se les inculcaba el dogma de la superioridad absoluta de todo lo que procedía de
Inglaterra, es lo impregnaba de admiración por la gloria de Inglaterra, por su alta civilización, sus conquistas científicas, su
organización política, su invencible poderío. En contrapartida, se trazaba el cuadro de todas las deficiencias pasadas y presentes de la India. De forma que ignorando la grandeza de su país, aquellos
adolescentes estaban persuadidos que no se convertirían en hombres más que a condición de romper con sus tradiciones, creencias, costumbre, y copiando civilmente a sus maestros.
Mohandas al igual que sus compatriotas soñaba con sacudir el yugo: Deseaba ser fuerte y audaz, y quería lo mismo para sus compatriotas, a fin de poder vencer a Inglaterra y liberar a la India.
El pensaba muchas cosas, algunas de ellas absurdas propias de su
adolescencia.
Cuando al acabar la High School de Rajkot, se inscribió en la
Universidad de Bhavnagar descubrió que era extraordinariamente inculto, y al sentirse incapaz de seguir los cursos, acudió descorazonado junto a su madre.
Parecía que no tenía solución, ya que su padre ya había muerto; pero tuvo por fortuna un brahmán erudito y amigo de
la familia, quien sugirió que le enviasen a Londresa cursar los estudios de Derecho. Gandhi, pensaba las maravillosas perspectivas, afirmando: "ver a Inglaterra,
la tierra de los
filósofos y los poetas, el corazón mismo de la civilización" pensaba en ella todo, el tiempo. Habría partido ese mismo instante si hubiera estado en sus manos la decisión. A pesar de todas las prohibiciones, Gandhi convenció a su madre, y con desbordante sentimiento embarcó el 4 de septiembre de 1888, dejando a su hermano el cuidado de su mujer y a su hijo recién nacido.
Otras dificultades esperaban a Gandhi, en Londres. Aunque perdidamente admirado de la civilización occidental, ignoraba todo sobre ella, hasta el uso de la cuchara y el tenedor.
La pronunciación del
inglés era un suplicio. Para el colmo, estaba él inmerso en vanidades, nada más al llegar, emprendió una tarea sobrehumana, deseaba convertirse en un ‘Gentleman’.
Al cabo de tres meses, sin embargo, había ya sentado cabeza. Y se hizo una promesa consigo mismo: no tacaría el vino, las mujeres, ni la carne.
Terminado su curso, en sus tres años de estadía en Londres; después de pasar la prueba final en la Universidad, la cual fue muy difícil, teniendo por logro el
dominio de la
lengua inglesa.
Partió de regreso a su
tierra natal. Pero allí se dio cuenta de su situación, una timidez enfermiza, unida a una ambición sin
empleo, le paralizaba le paralizaba e incapacitaba para hablar en público e incluso para leer lo que había redactado. Además ¿qué es lo que había adquirido en Londres? Unas vagas nociones de derecho inglés, mientras que carecía de cualquier noción de Derecho indio o de la práctica procesal.
Abrió, su bufete con la ayuda de su hermano Laxmidas, pensaba en un exitoso vakîls (abogado) de renombre. Pero no tuvo éxito en su cometido, cerrando su
oficina.
Pero la necesidad le era apremiante debía buscar alimento para su esposa e hijo. Un día el destino le concedería una oportunidad, la firma Dada Abdulla y Cía, le ofreció la propuesta de viajar a
África del sur, ya que necesitaban un empleado que supiera inglés perfectamente.
Aceptó la propuesta, a sus 24 años sin porvenir aparente.
En África del sur, se había establecido una colonia India de cerca de 10.000 hombres, en virtud del llamado de los residentes ingleses de Natal, como mano de obra barata, para el cultivo de caña de
azúcar, té y legumbres. Una
contrato de
inmigración, cuyas cláusulas habían sido fijados por la India y la colonia Natal, los ligaba por cinco años y en condiciones miserables, prestar
servicios con el mismo patrón.
Aquel lugar estaba colmado de
racismo, haciendo estragos por doquier; eran considerados como "La plaga negra", y otros como "la
basura asiática". Los códigos los designaban como personas pertenecientes a las pueblos salvajes, y las constituciones afirmaban que no serían admitida ninguna
igualdad civil, frente a hombres de
color.
Por todas partes se aplicaba una segregación brutal: los indios, cualesquiera fuesen sus méritos o la situación adquirida, no eran más que "collies"(criados, mozos de cuerda), un collie no es un hombre. No podían andar por la noche, si no era con un salvoconducto.
A Gandhi, se le previno lo dicho, pero no lo creía, pensaba que tenia una profesión, y que era un ciudadano británico; pero nada más al llegar aprendió que solo era un "abogado collie". Se encontró rechazado por todos, "descubrió que por ser indio, no tenía ninguno de los derechos humanos". Con semejante golpe, Gandhi, se puso firme, y estaba dispuesto a luchar contra el miedo.
En Pretoria realizó su trabajo, y al mismo tiempo se cultivo del derecho procesal de su país. Cambiando sus perspectivas, no soñaba más que en volver a la India. No veía ningún futuro en África del Sur, en donde vivir le resultaba intolerable. "Pero
el hombre propone y Dios dispone", porque al leer un
periódico local días antes de su regreso, leyó la noticia, de la creación de un
proyecto para suprimir el derecho que tenían ciertos indios de elegir representantes en la Asamblea legislativa de Natal. A tal motivo envió
información de guardia a los de su terruño, pero ellos les pidieron que él se haga cargo, ya que ellos eran iletrados para esos asuntos, y tan solo miraban, el periódico para saber las cotizaciones de la Bolsa.
Gandhi haciendo gala de una perspicacia, se situó inmediatamente sobre el sólido terreno de los derechos y deberes que conferían a los partidos la ciudadanía británica de los indios.
Mediante una petición dirigida a Lord Ripon, secretario de Estado para las colonias, para la cual, como demostración de su ascendiente, recogió en pocos días, diez mil firmas, obtuvo la suspensión del proyecto.
Pero el
gobierno de Natal por otros
medios, buscaba sus fines. Los cuales también fueron truncados por la intervención de Gandhi, ya que él aseguró y concretizó: Asambleas, conferencias, debates, cursos nocturnos, creación de Asociación de Indios del Cabo y de Transvaal, Congreso Indio de Natal, Asociación cultural de indios originarios de la colonia, etc.
Por otra parte, como preludio a su intensa
producción como periodista, Gandhi alertaba a la opinión pública, desde el África del Sur hasta Inglaterra y la India, mediante la "Llamada a todos los ingleses" y el "derecho al voto de los indios", dos folletos repletos de hechos, cifras y argumentos escrupulosamente expuestos.
En unos pocos meses bajo el peso de la
responsabilidad, el futuro jefe de la India es revelaba como maestro de sus excepcionales dones: jurista tan sutil en el manejo de las
leyes como consciente de la importancia de los hechos, orador de palabra clara, convincente(se acabó la timidez balbuciente de otros tiempos!), hábil en el manejo de los hombres, trabajador infatigable, eficaz en el presente al tiempo que preparaba el porvenir con un coraje que ninguna vejación disminuía. Desde un principio se atrajo el
respeto. Sus mismos adversarios, los diarios locales, le rindieron homenaje alabando su moderación, imparcialidad y entrega desinteresada.